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Veneno suelto

Correctora de estilo, editora de textos y lectora

Uruguay

En obras de ficción o literatura, al contrario que en los textos divulgativos o especializados, la obra de un autor, una obra en particular, es más importante para el lector que la autoría en sí, que el nombre del autor que las aglutina a todas.


No comparto la postura de algunas editoriales comerciales internacionales que se denominan editoriales de autor, para así distinguirse de las editoriales de obra. Estas editoriales de autor piden como requisito para la publicación que se trate de la obra de un autor prolífico, no de alguien que solo escribe una o un par de obras en toda su vida.


Mejor todavía si el autor tiene más de una obra ya publicada o sin publicar para cuando se tome la decisión de publicar la primera. Suelen poner en la cubierta del libro el nombre del autor en una grafía más destacada que el título de la obra. Las editoriales de obra hacen lo inverso.


Sin embargo, mi experiencia de lectora me dice que hay que tener mucho cuidado con la confianza que ponemos en las obras de un mismo autor. Hay sorpresas. (Recordemos la chismosa Plegarias atendidas de Truman Capote. Lo mejor es el título, que alude a la frase de santa Teresa de Jesús.) Además, con el criterio de obras de autor quedan dejadas de lado excelentes óperas primas, o segundas, o la que sea. (Estoy rompiendo lanzas, a mi manera, por las excelentes primeras novelas que he corregido de estilo y que apenas logran publicarse con infinito esfuerzo.)


A mí me hace mal dejar un libro sin terminar de leerlo. Es algo físico, similar a la náusea, parecido al fastidio. Suelo leerlos hasta el final, solo que acelero el ritmo de lectura, comienzo a leer a saltos cuando han dejado de gustarme…, pero los finalizo. Aunque también abandono, muy a mi pesar, libros en lectura avanzada, a más de la mitad de sus contenidos leídos.


Lo diré con todas las letras… Hay libros de algunos autores en los que al leerlos me pregunté, malhumorada, ¿qué edición le hicieron para decidir su publicación?, ¿por qué no lo conversaron más con el autor?, ¿por qué no lo convencieron de no publicar, o de reescribir, o de esperar y dejar descansar la obra para revisarla más adelante?


Van algunos nombres de estas recomendaciones negativas. Pocos, para no asustar a nadie en estos tiempos de insistencia por la lectura. (O de insistencia en la venta de los libros, todo hay que decirlo.)


Haruki Murakami. Me gustan sus obras, con esa atmósfera surrealista, de calidad poética japonesa-occidental. Me resultó insufrible su Crónica del pájaro que da cuerda al mundo.


J. M. Coetzee. He leído prácticamente todas sus obras, con admiración por sus paisajes sudafricanos, sus personajes, sus historias. Sí, incluso la desagradable Elizabeth Costello. Su Hombre lento me abrumó por su insustancialidad.


Samanta Schweblin. Comencé a leer a esta escritora argentina en su Distancia de rescate. Francamente… Tuve que leerlo a los saltos, adelantando grandes trechos de lectura.


Carmen Laforet. Leer Nada fue un descubrimiento placentero. La escritora española crea personajes sólidos, en la ciudad de Barcelona de la década del treinta, una época de entreguerras retratada con sensibilidad y fino sentido del humor. Pasé entonces a la trilogía de La insolación, Al volver la esquina y Jaque mate. Muy buena la primera, también una narrativa de iniciación, pero esta vez desde la mirada masculina y en la década del cuarenta. Imposible terminar de leer Al volver la esquina, ambientada en los cincuenta: no hay historia, hay confusión, desinterés, desasimiento. Y la última, Jaque mate, nunca se publicó: los herederos de Laforet no hallaron los originales de la novela.


No me hagan caso. Como en todas las recomendaciones, también en estas emisiones venenosas hay apenas subjetividades que responden a gustos personales de lectura y a estados de ánimo momentáneos, entre otras lindezas.


Para equilibrar, entonces, les dejo una propuesta autoral sin fisuras y una recomendación:


Alice Munro. Todos los libros de cuentos y relatos de la autora canadiense son buenos. Destaco especialmente los tres últimos, escritos desde el 2006: La vista desde Castle Rock; Demasiada felicidad; Mi vida querida. Y ojo con las antologías. Hay varias. Todo queda en casa, por ejemplo, es una recopilación de textos ya publicados por otras editoriales.


Elvira Lindo. En sus diarios o relatos nos fundimos con la escritora española: lúcida, valiente, honesta e inteligente. Noches sin dormir y Lugares que no quiero compartir con nadie combinan textos con imágenes: un placer. Y atención: Lo que me queda por vivir es lectura valiosa y necesaria; en la exposición de su vulnerabilidad ante las decisiones difíciles, como la de su aborto, está su enorme fortaleza. No cualquiera…


Una pregunta dicha al pasar, como quien no quiere la cosa, regurgitando el venenito flojo que me quedó boyando: ¿Y por casa cómo andamos…? ¿Son igualmente valiosos todos los libros de, por ejemplo, Mario Benedetti? ¿Ah…?

 

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