Correctora de estilo, editora de textos y lectora
Uruguay
Hace años que vengo sintiendo, sin poder ponerlo en palabras, que la voz, esa voz personal que nos identifica, nos expresa y nos hace ser en el mundo, es voz que a nosotras nos sale entrecortada. Desde mis bisabuelas, mis abuelas, mi madre… En el paso desde la fortaleza personal expresada en el ámbito doméstico hacia la fortaleza personal expresada en el ámbito doméstico pero sumado al profesional sigue vigente el mandato claramente ancestral y explícito en el lenguaje, en las órdenes de conducta: Tenés que ser humilde. No seas arrogante. Tenés que ser amable. No seas orgullosa. Tenés que ser discreta. No hables tan alto. Tenés que adaptarte. No seas… Tanto amor transmitido, tanta fortaleza legada, y siempre esa soterrada premisa de no destacarnos, de no sobresalir, de temer equivocarnos, de sufrir por hacer el ridículo, de ocuparnos de los otros… Incrustada en nosotras la falta de una voz alta y clara y completa.
Es la ruptura de ese mandato la que asoma la cabeza, poco a poco, desde hace décadas. Rompemos un cascarón que no termina de abrirse para dejarnos libres del todo: romper con el miedo de decir, con el miedo de expresar, con el miedo de ser.
¿Cuántas voces tengo?, ¿cuántas voces llevo dentro? Seguro que varias. Enumeremos, con los dedos de la mano:
1. La voz de la maternidad. El deseo de tener hijos, o de tener un único hijo, o la búsqueda de hijos si no vienen naturalmente, o la decisión de no tener hijos… En cualquiera de los casos, es nuestra responsabilidad personal, nuestra elección, nuestro desafío y nuestra carga. Compartida, sí, claro, pero sobre todo nuestra, femenina. Y cuando ya los tenemos, es a nosotras a quienes necesitan más que a nadie, y no solo de pequeños. Y si no los tenemos y queremos tenerlos, es nuestra la búsqueda de años, esa que implica ir a las consultas de los médicos, a los laboratorios, a las clínicas de fertilización asistida, a las instituciones de adopción. Y si no los queremos tener, es más que nada nuestra la violencia social de explicar las razones de la decisión o de tener que buscar cómo no dar razones que son personales, únicas, intransferibles. La voz de la maternidad grita desde dentro de nosotras desde muy temprano en la vida: grita de amor y grita de miedo…
2. La voz del ama de casa. Decidimos independizarnos o compartir la vida con otra u otras personas, tenemos deberes que cumplir. Asumir las responsabilidades más esenciales para que la vida no sea un caos y el dinero alcance para estar bien: saber cocinar y lavar ropa, como mínimo, o aprenderlo de inmediato, o preguntar a quienes saben. Y cómo se hace para mantener la casa ordenada. Y cómo administrar el dinero para todo lo doméstico. Puede gustarte cocinar o te defendés con la repostería. O la cocina está siempre impecable porque en casa compramos todo hecho y hacemos malabarismos con el dinero. La ropa es fácil de lavar si dimos con las prioridades adecuadas; digamos el chiste, que a veces no lo es tanto: hay días en que el lavarropas puede llegar a ser más importante que un marido. Hacer un hogar de nuestro sitio exige esfuerzo, energía, plan. Con amor, con agotamiento…
3. La voz de la esposa. Decidimos casarnos o juntarnos: hagámonos cargo de las necesidades de nuestra pareja, de su estómago, de sus enfermedades, de sus prioridades. Nos estarán observando: la suegra, la familia de uno y otro lado. Son responsabilidades compartidas, nos dicen, pero la responsabilidad de decidir qué cocinar cada día, qué comprar de comida, cuándo lavar la ropa, cuándo pagar las cuentas… ¿estará compartida en tiempos equilibrados de ambos lados?, ¿se recargará más en uno que en el otro?, ¿acaso no estamos educadas para sentirnos responsables del bienestar de quien vive con nosotras y nos ama y nos protege? Además, cuidar de nuestro aspecto físico, no dejarnos estar, esmerarnos en vernos presentables. Si nos separamos o nos divorciamos, seremos la primera guarida de los hijos y los guiaremos en los cambios de la vida. Y de los padres en su vejez, más cerca o más lejos, según podamos y nos toque, estaremos atentas siempre. Con amor, con entrega y generosidad…
4. La voz de la profesional. Terminamos de estudiar o de formarnos como pudimos, como supimos, a los tropezones o con constancia feroz. (Y ya sabemos muy bien que esta suerte de la formación y de la independencia económica no la tienen todas, por desgracia, cuando tanto la necesitan.) La profesión nos gusta y el trabajo es un buen refugio —si no lo es, mala suerte, deberemos seguir en la brecha, sufriendo, buscando, conociéndonos, preguntando, esperando—. Comenzar el camino de la profesión, con el resto de las voces que resuenan alrededor… es todo un desafío: el niño interrumpe porque necesita atención o está engripado, la casa hay que ordenarla y debemos estar atentas a los vencimientos para pagar las cuentas, los materiales de trabajo necesito comprarlos ya, el marido llega a casa y a esa hora hay que tener cumplido el trabajo propio y al menos pensada la cena. Es al margen de todo este universo que hacemos la tarea que elegimos, la que nos gusta, la que nos completa. Con amor, con esfuerzo, con cansancio…
5. La voz íntima. Esta es la cara oculta de la luna, de la que solo hablamos con quienes nos conocen bien y nos comprenden. Es la voz de nuestras pasiones inconfesadas o confesadas apenas en voz baja. Susurrarte, por ejemplo, que me gusta pasarme horas leyendo, muchas horas, la noche entera, las noches enteras; que preferiría dejar de atender el resto de mis responsabilidades y leer por el puro y vergonzoso placer de la lectura seleccionada, de la lectura exigente. Pero, silencio, ssshhh, no lo comentemos en voz demasiado alta, que quede entre nosotras, que no me marquen por esto. Leemos, o tejemos, o pintamos, o cantamos, o bailamos, o escribimos cuando nos queda resto, cuando las otras responsabilidades ya están cumplidas; en los minutos robados entre una y otra tarea, en las vacaciones, en los descansos diarios. O robados al sueño. Con amor profundo por la soledad, con pasión elegida…
¿Que estoy exagerando…? Tal vez. O tal vez no. No hay duda alguna de que cada una de nuestras voces debería tener su lugar en la red de la escritura. Porque la escritura es, sencilla y definitivamente, una forma de plasmar las varias voces que llevamos a cuestas cada una de nosotras. Superpuestas, interrumpidas, casi suprimidas a veces, silenciadas otras: entrecortadas.
Corrección de estilo: Majo Caramés
Si te ha gustado este artículo, comenta, compártelo en tus redes o colabora con nosotras para que podamos seguir escribiendo. Recuerda que también puedes participar, si tienes un artículo que encaja con nuestro perfil. ¡Gracias por acompañarnos! Escritoras en Red
#EscritorasEnRed #Escritura #Escribir #Write #Writers #Scrittura #Reader #Lettura #Libros #Libri #Books #Livros #Literatura #Letteratura #Literature #Mujeres #Women #Donne #PilarChargoñia #Uruguay
Comments