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Cuando las palabras cruzan el río: del silencio a la resonancia (parte 2)

Docente, investigadora, escritora, actriz

Uruguay


En la entrega anterior hacíamos mención a María Inés Silva Vila como una voz, que, desde el silencio, nos increpa para atravesar las miradas. Miradas que cambian las perspectivas. En el mismo libro, La felicidad y otras tristezas, leemos otro cuento que destella una nueva luz.


El espejo de dos lunas trae a la memoria el recuerdo de Faulkner de Una rosa para Emily, con esa casa a oscuras cuyas ventanas no se abrían nunca; con el reloj parado, con «el único rayo de sol que ilumina la niña que está sobre la mesa del comedor» (Franco, 2011: 85).


Otra niña, entre tres tías, una vida entre tres vidas determinadas. La muerte como rito, como sombra fatal cernida sobre ellas. Y un novio compartido (sic) que está pero no. Está: Esteban. De la misma forma que Faulkner, «el envoltorio de papel de diario amarillento y lleno de polvo, como si hiciera mucho tiempo que estuviera atado» (Franco, 2011: 86) es entregado por Esteban como ofrenda para la tumba de las tías: («Para C. Brunet, mi novia querida»). Las tías: Cora, Claudia y Cyntia desde hacía varios años firmaban C. Brunet.


En El espejo de dos lunas se manifiesta con dolor lo represivo femenino. Como una herida. La herida de Angélica en El mirador de las niñas se asemeja a la herida de este personaje adolescente que ve morir una a una a sus tres tías en días consecutivos. Y la conciencia de Silva Vila de que «el género no debería entenderse como una identidad estable» (Butler) se manifiesta en estas vidas fantasmáticas que eligen el rito como forma de vida y el silencio como forma de expresión.


Silva Vila comprende que debe interpelar la represión con el silencio. «La interpelación es una llamada que constantemente pierde su huella, que requiere el reconocimiento de una autoridad al mismo tiempo que confiere identidad al obligar a ese reconocimiento con éxito» (Butler, 2004: 61).


El hecho de que las identidades de las tías se fundan en una C, en la igualdad de acciones, en la invisibilidad del yo, en el rito vital y fatal, pone a Silva Vila en un lugar de compromiso frente a las ideas feministas.


Lo fantasmático está en que esa misma fundición de tres es una parte del silencio de las voces y las formas que silencian su existencia, como la madre y la hija de El mirador de las niñas, que no eligen sino que son elegidas a no hablar.


El límite como borde existencial. La interpelación autoritaria como la negación de la identidad y el anonimato como inexistencia, Cora, Claudia y Cyntia «no existe[n] sin el nombre que proporciona la garantía lingüística de existencia» (Butler, 2004: 59). Y la placa mortuoria con la leyenda «Para C. Brunet, mi novia querida», traída por Esteban, que desaparece de inmediato, no hace más que afirmar que en esa negación del nombre está negando la identidad y, por ende, la existencia.


María Inés Silva Vila se compromete con la ideología feminista y hace sangrar la herida de lo que implica ser mujer.


Bibliografía

Butler, Judith. Lenguaje, poder, identidad. Madrid: Editorial Síntesis, 2004.

Franco, Graciela. Prólogo de Felicidad y otras tristezas, de María Inés Silva Vila. Montevideo: Colección de Clásicos Uruguayos, 2011.

Silva Vila, María Inés. Felicidad y otras tristezas. Montevideo: Colección de Clásicos

Uruguayos, 2011.


 

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