Poeta, narradora, ensayista
Uruguay
Suele ocurrir que cuando, en mis horas libres, me encuentro sin ganas de leer o de escribir, comienzo a bucear en las distintas redes e informaciones literarias. Así, el 6 de enero me crucé con la noticia del recordatorio que se le rendía a Carmen Laforet, nacida en Barcelona en 1921, por haber recibido, en el año 1944, el Premio Nadal gracias a su novela Nada.
Enseguida me vino a la cabeza una novela que había leído hace un tiempo y que se llama Nada, pero el argumento de la novela Nada de Laforet se refiere a la vida de una joven mujer posterior a la Guerra Civil Española, y la que recordaba se refiere a un niño que, como El varón rampante de Calvino, se trepa a los árboles para escapar de la realidad cotidiana, porque entiende que nada tiene importancia y cuestiona su entorno.
Fui a mi biblioteca y encontré el libro que recordaba: Nada, de Janne Teller.
Janne Teller, nacida en Copenhague en 1964, de descendencia austríaco-alemana, trabajó en la resolución de conflictos humanitarios en las Naciones Unidas y en la Unión Europea, especialmente en países africanos.
Su novela Nada se publicó en el año 2000 y fue prohibida durante once años. En la actualidad se encuentra incluida en planes de estudio, ha sido representada en teatros de Francia, Dinamarca y Alemania. Incluso se le creó una ópera.
Nada fue prohibida y venerada. Creo que esas reacciones tan disímiles se deben a que en esta fábula moderna se cuestiona la realidad social actual, la superficialidad, el egoísmo, el individualismo, cada vez mayor e incluso propiciado por los avances tecnológicos que nos ofrecen un mundo paralelo aislado de los «otros».
Como hizo William Golding en El señor de las moscas, Teller construye su obra con niños como protagonistas, porque quizás la ingenuidad e inocencia que les atribuimos a los niños sea la forma más adecuada para presentarnos la realidad urticante que nos rodea.
En Nada, su protagonista, Pierre Anthon, descubre que nada importa y se sube a un ciruelo para no bajar de él. Mientras se dedica a filosofar sobre la vida («Todo es un gran teatro que consiste en fingir, sólo en fingir y en ser el mejor»; «Dentro de pocos años, todos muertos y olvidados; os convertiréis en nada, así que también vosotros deberíais empezar a practicar») y a tirarle ciruelas a sus compañeros, junto a sus dardos verbales.
Sus compañeros de estudios deciden ayudarlo y demostrarle que hay muchas cosas que valen la pena, que tienen un significado, que le dan sentido a la vida. Comienzan a entregar, en el altar del significado, dádivas sacrificatorias a fin de lograr que Anthon baje del árbol. Así, comienzan la búsqueda que deja en evidencia las miserias que, igual que los adultos, esconden los niños.
Las dádivas se van volviendo cada vez más crueles ya que son los otros niños quienes deciden a qué tiene que renunciar el otro. Comienzan con unas sandalias amarillas y van subiendo en intensidad, llegan a la mascota, a cercenarse parte de un miembro, a desenterrar un ataúd, hasta la agresión física de uno hacia el otro. Al final son descubiertos.
¿Por qué titulé este comentario La banalidad del dolor? Porque en esa búsqueda de significado cada niño busca pedir del otro lo que le resulta más querido, cuya pérdida le va a causar dolor.
También, porque cuando los adultos se enteran, montan un espectáculo en los medios de comunicación y el montón de significado pasó a ser de dominio público y se banalizó el significado que los niños habían buscado darle a su altar.
Janne Teller
Seix Barral, Biblioteca Furtiva
Barcelona, 2011
Otras obras de Janne Teller: La Isla de Odín, 1999; The Trampling Cat, 2011; Come, 2008.
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