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Una vida humilde

Alejandra Szir / Escritora y traductora / Argentina-Holanda



Por razones personales me acordé de una película, A Humble Life es su nombre internacional, Una vida humilde (Alexander Sokurov, 1997).


Recordé que me había conmovido profundamente, sobre todo el desenlace. Hay una ley, que tal vez quiebre en esta nota, todavía no lo sé, que dice que en las reseñas no hay que contar el final.


Por otra parte, siempre que se ve una película o que se lee un libro por recomendación de otro, se presta atención a esos detalles que el lector o espectador apreció y mencionó. Es una guía, a la manera de las migas o piedras en el bosque, señas que pueden ser engañosas, referencias que influyen el goce receptivo. Esta influencia puede ser negativa, pero nunca mata a una obra que realmente valga la pena.


En esos tiempos lejanos, cuando a fines de los noventa era crítica de cine y sin ser prolífica aspiraba a un mínimo de profesionalismo con los medios con los que disponíamos, asistí a una función de prensa del Festival de Róterdam, que por la creencia infundada de que todos los periodistas residen en Ámsterdam, o por lo menos los de cine, tuvo lugar en dicha ciudad, más específicamente en De Balie, tengo un nítido recuerdo de la sala y hasta del lugar en donde estaba sentada, pero de las otras dos películas que proyectaron no tengo ya ninguna imagen, ni siquiera un fragmento del título.


En principio, es aburrida, monótona y sin embargo atrapa, la vida humilde de la anciana japonesa.


En la crónica del festival escribí:


[…] A humble life […] registra en detalle un día en la vida de Umeno Matsujosi, una japonesa de 74 años que vive en una casita aislada en un bosque, a través de los ojos y las palabras del director. El canto de unos monjes que piden limosna, la confección de un kimono, la preparación de la comida y la lectura nocturna de unos poemas son algunas de las viñetas que Sokurov filma con mano maestra. (p. 55, Film 34, Año 6, junio 1998, Buenos Aires).

No me atreví a contar el final, aunque me pregunto si en Argentina, los lectores de Film podrían, alguna vez, ver esta película y reprocharme el spoiler.


Recomiendo a los poetas ver Una vida humilde. Para mí significó una conversión al sokurovianismo, que hizo que me entregara a trances como Confession (1998), más de cuatro horas de marineros rusos en un submarino, de forma absolutamente necesaria y natural. También tuve la ilusión de que un ruso sentado al lado mío en otra proyección en el festival de Róterdam fuese Sokurov. Era obvio que no lo era, ni siquiera se parecían, pero yo necesité creer que estábamos uno al lado del otro, viendo una película, que podía ser belga o francesa. Después, sobre ese encuentro ficticio, escribí un poema muy malo.


Una vida humilde está disponible en YouTube, pero no tiene subtítulos, así que solo los que entiendan ruso podrán apreciarla en forma más total, a pesar de las limitaciones que tiene la pantalla del ordenador comparada con la cinematográfica.


Todavía no me he animado a preguntarle a Doc&Film International, productora de París que tiene la película en catálogo, si hacen envíos a Holanda.


No puedo afirmar que su poética sea para todos, universal y eterna, pero en ese momento me llegó, el final me hizo entender el título y cosas de mi propio mundo (poético o no tanto) por la fugacidad con que la poesía toma la palabra, también en el cine.

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