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Crónicas de un taller de escritura creativa en un país no hispanohablante

Escritora y traductora

Argentina-Holanda



Taller en Delft. Crónicas de un taller de escritura creativa en un país no hispanohablante


El 17 de marzo de 2017 di mi primer taller literario. La idea surgió por casualidad. Volvíamos de una presentación de Abad Falciolince en el Instituto Cervantes de los Países Bajos en Utrecht y se nos unió una mujer que estaba en el público y viajó con nosotras en tren. Nosotras éramos una compañera de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Leiden, su hija y yo. En algún momento de la conversación nos preguntó si conocíamos a alguien que diera talleres literarios en español en la zona de La Haya. Mi reacción no fue inmediata pero unos días después me encantó la idea de iniciar uno. Quería (y todavía quiero) dar la misma alegría que recibí cuando hacía talleres literarios en Argentina. También me di cuenta de que sería una buena manera de mantenerme afilada, en tema, siendo que me estaba por graduar. Sería un estímulo para leer, escribir y pensar literatura.


En el presente artículo voy a referirme a esta experiencia, la de dar un taller de escritura creativa en español en un país donde no se habla esta lengua en la vida diaria. Voy a empezar relatando los vericuetos de este proceso, la parte práctica. Luego hablaré de contenido y de las necesidades e inquietudes específicas de los participantes, ¿qué buscan hispanohablantes en un taller literario en Holanda? Finalmente, expondré mis conclusiones y proyectos futuros respecto a esta actividad tan gratificante.


Lo práctico


Decidí que primero empezaría en la ciudad donde vivo, Delft. Es más bien pequeña, 100.000 habitantes, pero hay muchos hispanohablantes por la universidad técnica. Además, La Haya, municipio que alberga muchas instancias internacionales, está muy cerca. Le puse un nombre, Taller en Delft, me metí en Facebook porque todos me dijeron que me convenía para difundir esta actividad y me hice un Gmail del taller.


Imprimí un anuncio, unos tarjetones, que repartí en todos los lugares que se me ocurrieron en Delft y alrededores: bibliotecas, universidades, cines, centros barriales. Hablé con amigos que recomendaron el taller a otros amigos. Cerca de mi casa había un café muy bonito, digo había porque lamentablemente la dueña ha cerrado y se dedica a otra cosa. Elegí este lugar para mis encuentros, ideal, entre mi casa y la estación, en un canal de Delft muy antiguo pero tranquilo, porque no es céntrico. Hablé con la dueña. No estaba de acuerdo con que nos reuniéramos en el café, pero sí tenía una sala atrás, pasando el patio. Era ya un taller de por sí, pero no literario, sino de costura. Lo arrendaba para lecciones de corte y confección, y ella también lo utilizaba porque organizaba fiestas infantiles animadas, principalmente con actividades teatrales. Ahí es que me enteré de que mi anfitriona era actriz y que daba talleres de teatro. Me lo alquiló muy barato, dándome la oportunidad de ver cómo me iba.


Para no presionar a los asistentes, ideé un sistema de talleres sueltos. Yo les avisaba las fechas con anticipación y me pagaban por vez. Esto tenía algunas ventajas, ese carácter abierto llamaba a que se integrara gente nueva, pero también le daba cierta intranquilidad, carecíamos de cohesión grupal y se perdía mucho tiempo en presentaciones a cada nuevo encuentro. Además, algunos talleres contaban con siete personas, otros con cuatro, otros con ocho. Muchos suspendían a última hora y la administración de los pagos se me hacía un poco azarosa.


En un momento mi anfitriona tuvo que aumentarme el alquiler. Al saber esto, uno de los participantes, un arquitecto, ofreció reunirnos en su estudio. Esto funcionó bien, era una oficina preciosa, en el centro, con vista a un canal con casas señoriales y pintorescas. Recuerdo esas noches de invierno, tomando té, los participantes escribiendo y yo leyendo, mirando todos de vez en cuando por la ventana, las ventanitas iluminadas de los vecinos y los reflejos en el agua.


Pero había desventajas. Tenía que ir a buscar la llave a casa de una amiga que compartía el estudio con el arquitecto (ella es diseñadora de visualización de datos). Teníamos que esperar abajo a que llegara la gente, no había timbre, y luego subir los dos pisos por la escalera hasta el estudio. Si alguien llegaba tarde, empezábamos tarde. Era un poco incómodo.


Cuando terminó la temporada de taller, en el verano del 2018, decidí que haría algunos cambios para la temporada 2018-2019. Pediría un arancel bajo que les permitiría a los participantes elegir con mucha libertad a qué encuentros deseaban asistir. Se trataría de un pago único, por el que se asociarían al taller, con derecho a venir en las fechas de las actividades y yo les entregaría todo el material (fotocopias). Todos los participantes quisieron mantener la frecuencia de una vez al mes. Aquí hay una penosa diferencia, yo creo que sería mejor una frecuencia semanal, pero parece algo holandés, que determinadas actividades son relegadas, y aunque seamos latinoamericanos o españoles nos ponemos a pensar así, que escribir y expresarse es tiempo libre y que una vez por semana invadiría demasiado el otro tiempo libre, o sea disfrutar en familia, los deportes, salir con amigos.


Decidí también dar los talleres en mi casa porque solo conservé cinco talleristas que querían seguir, que se querían comprometer a venir regularmente. Esta cantidad de participantes me impedía pagar un alquiler. Para esta temporada decidí no hacer mucha difusión, no quería invertir ni tiempo ni dinero. Había tenido la idea de dar talleres en La Haya o en Leiden, pero no tuve la posibilidad de organizarlos. Además del taller hago otros trabajos y también tengo que dejarme tiempo para escribir. Por otra parte, es más difícil buscar el lugar y difundir un taller en una ciudad que no es la que se habita. En Delft ni tengo que pensar en los traslados, me muevo en bicicleta y puedo repartir con facilidad las tarjetas de propaganda o ver posibles locales de reunión.


Contenido


Como les expliqué a las personas interesadas en participar, para mí lo importante es la expresión escrita, la acción de escribir durante el taller. El objetivo es que se suelten a escribir, lo que conseguimos por medio de consignas o juegos. El factor diversión, el juego creativo, siempre será más importante que el hecho de que se aprenda una técnica determinada. Si alguno de los participantes comenzara a producir material que necesitara otro tipo de atención, asesoramiento más práctico o concreto respecto a estructura, correcciones, concursos, yo lo ayudaría o lo derivaría, si no me viera en la capacidad de prestarle ese apoyo.


La mayoría de los participantes del taller no tenía ninguna experiencia en escritura creativa. Esto no impidió que se desinhibieran para escribir y leer, y que se tomaran las actividades en serio.


El primer período, la estructura de estos talleres de dos horas era la siguiente. Después de que llegaban todos y de servirles un té o un café, yo leía un fragmento de una novela o un cuento. Ese fragmento tenía que ver con un tema sobre el que quería inspirarlos, por ejemplo «comienzos», del que yo daba un comentario teórico muy breve. En el caso de «comienzos», que fue el tema de mi primer taller, leí varios inicios de novelas y cuentos, que los participantes podían buscar en casa para seguir leyendo. Luego les daba un tiempo para escribir, después del cual hacíamos la primera ronda de lectura. A esta le seguía una segunda consigna, que podía reformular la primera, pero no necesariamente, y una nueva ronda de lectura cerraba el taller. Muchas veces les daba la opción de no leer en una de las dos rondas, con la condición de que leyesen al menos una vez. Cuando notaba demasiada resistencia a compartir, acepté que se leyera solamente la primera frase.


Este sistema de temas sueltos funcionaba bien en un principio, pero luego los participantes quisieron ver cuestiones de estructura, por lo que propuse tratar técnicas narrativas, sobre todo del cuento. Otra necesidad fue que me pidieron fotocopias del material completo, no querían fragmentos, por lo que empecé a buscar cuentos que ejemplificaran el aspecto a tratar en el encuentro. Lo bueno de trabajar con cuentos, ventaja que también tiene la poesía, es que es posible leer un fragmento en el taller y entregar las fotocopias para que los participantes las terminen en casa. Con novela sería recomendable que los participantes compren, por ejemplo, dos novelas para que sean leídas en el período del taller.


Como ya lo he mencionado, me inspiré tanto en contenido como en objetivos, en talleres que hice anteriormente. Principalmente en los que seguí en Argentina (porque he realizado talleres y cursos en los Países Bajos, en neerlandés) y en dos en particular: uno literario (el de adolescentes, mi primer taller, pero también el de adultos) dictado por Hebe Solves, de quien podría decir que me siento discípula. El otro, un taller de guion de cine, dictado por Jorge Goldemberg. Respecto al taller de guion, para mí fue fundamental la forma en la que la teoría se subordinaba a la práctica. Escribíamos escenas y, a partir de los comentarios de Jorge y de los compañeros, accedíamos a las nociones teóricas. No teníamos que escribir un guion que tuviera «conflicto» o «intriga». Simplemente, escribíamos. Al leer lo que habíamos hecho esa semana, casi siempre una escena, a veces dos, nos dábamos nosotros mismos cuenta de qué faltaba, o si el diálogo sonaba raro, o si un personaje era demasiado chato. En ese taller Jorge demostró interés por nuestro material, en el sentido que dejaba que el material hable; intervenía lo menos posible. Cuando yo sentía que necesitaba más teoría, la leía en los libros. Esta forma de coordinar talleres implica muchísima paciencia. La confianza de dejar a los talleristas experimentar, equivocarse y expresar, y de saber intervenir luego, con una crítica abierta y sensible. Confianza en los talleristas y en uno mismo, como guía de este proceso.


Hebe Solves publicó Taller literario: una alternativa de aprendizaje creador (1994, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra). Este libro es muy recomendable para cualquier persona que quiera dar un taller de escritura creativa. El método que desarrolló Hebe, basado en jugar con los sonidos, pero sobre todo en aprender a escuchar, está aplicado aquí a los niños. Mi opinión es que sirve también para adultos. La primera vez que leí este libro era alumna de Hebe y todavía muy joven. Ahora realmente aprecio la lucidez del método, la importancia de crear confianza mutua, de reírse, de hacer resonar las palabras propias, y, sobre todo, las de los demás. Antes de ser escritores, escuchamos. Esta frase resume el espíritu del trabajo de Hebe, la filosofía de sus ejercicios y de la estructura de taller que ella plantea.


Casi podría decirse que How to write a short story (Robert Graham, 2017) es lo opuesto. Los contenidos y recomendaciones siempre son las mismas, pero Graham ofrece más estructura que juego. De este libro también utilicé muchos ejercicios. Para cuento me pareció una buena idea, un libro técnico de tradición anglosajona. Graham y Solves juntos son un buen equipo y me ayudaron muchísimo.


Mi último comentario respecto al contenido tiene que ver con las «tareas para el hogar». He optado por no ser estricta al respecto. No todos leían el material recomendado, no todos escribían un texto en casa cuando esta era la consigna. Muy pocos aprovecharon la oportunidad que les di de enviar el material que quisieran, no necesariamente originado en el taller, para recibir mi lectura, mi devolución. Tal vez esto tuvo que ver con que la mayoría de los participantes lo veía como un pasatiempo y no quería formarse como escritor profesional.


El futuro


Y esto está relacionado con una característica de los talleres que he dado la última temporada (septiembre 2018-mayo 2019). Las asistentes, casualmente solo quedaron mujeres, se ven muy tentadas en conversar en lugar de ponerse a escribir. Claro, como lo acabo de mencionar, muchas ven la actividad como un pasatiempo y cuando yo las reprendía, se defendían diciendo que el taller también es un evento social. Pero aquí entra mi autocrítica: la próxima temporada seré más estricta. Todas tienen las direcciones de correo electrónico del resto, una reunión social, en el café, un picnic, una salida al cine, podemos, o pueden ellas, charlar en otra situación, no hay que usar el taller para eso y está muy mal que no proteja al taller y a mis talleristas del vicio enemigo de la escritura, el parloteo. Si algunas anotaran lo que cuentan, ya tendríamos varios relatos muy interesantes.


Una consecuencia feliz del taller es el club de lectura. Una de las participantes me propuso invitar a las talleristas a formar parte del Book Club. Sí, originalmente, esta participante y yo, asistíamos a un club de lectura en inglés que había terminado disolviéndose, quedando solamente ella y la que suscribe. Así fue que formamos un grupo nuevo, en el que participan algunas del taller, pero también personas de otros círculos. El club de lectura es autogestionado, yo no lo coordino. Nos reunimos unas cuatro veces por año para comentar la novela que nos ha tocado leer. Como algunas se niegan a las traducciones y quieren solamente literatura original en español, eso es lo que leemos. Empezamos con novelas actuales, las que aparecen en las listas de los mejores libros del año de El País. Después de un par de decepciones hemos decidido leer clásicos. La próxima lectura será El siglo de las luces, de Alejo Carpentier.


Mi proyecto para el futuro del taller es que entre gente nueva. Cinco personas es poco. Hay días que faltan muchas, en invierno, por ejemplo, cuando todos se engripan, y solo vienen dos. Espero lograr promocionarlo y que nos encuentre más gente.


Respecto al contenido quiero incorporar más poesía, recursos poéticos. Seguimos con un marco narrativo, el objetivo de escribir un cuento o más. Aunque algunas creo que prefieren novelas y están trabajando en ese sentido, veremos. También hay positivos despuntes de poesía. Incluso a las más narrativas, o a los más narrativos si vuelven los hombres al taller, les vendrá bien más poesía, más lirismo en sus escritos.


Espero que sea un grupo algo más grande, que pueda alquilar un local cercano a la estación de trenes y así hacer el taller más accesible a los interesados que no vivan en Delft.


Vamos a seguir jugando, más que la temporada pasada, escuchando y escribiendo. Todo esto no nos dará tiempo de conversar, pero igual seguiremos disfrutando y sintiéndonos en confianza.


Otro plan para la próxima temporada es una excursión literaria o retiro. En febrero, cuando las casitas de campo se alquilan más baratas. Será un grupo abierto, podrá asistir gente que no viene habitualmente a los talleres en Delft. Algunas participantes tienen muchas ganas de, desde el viernes a la tarde hasta el domingo, escribir y leer y pasarla bien en algún lugar de Holanda, sin la rutina que en casa te distrae de la escritura, solo con las ganas de escribir y la inspiración que da la naturaleza y el silencio del invierno.


Veremos qué nos depara el futuro. Hasta ahora me alegra mucho haber emprendido esta aventura. Agradezco a todos los que pisaron mi taller. Diría sus nombres, pero espero que pronto ellos escriban por sí mismos. Tal vez un cuento en el que van a un taller. En Delft.


 

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