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Estado de caravana

Escritora

Uruguay

La vida sería un largo trago amargo si no fuera porque se escribe. Yo escribo y reescribo. Voy haciendo escala en borradores de borradores. Las teclas de suprimir, cortar y pegar trabajan más que las veintitantas del alfabeto.


Escribo «hago escala» pero pienso «hago mi casa». No sé por qué escribo distinto a lo que pienso. Será porque al escribir voy corrigiendo lo que pienso y de esa manera voy haciendo un espacio más habitable para que los pensamientos se relacionen. Si sacrifico un pensamiento aislado, si no lo escribo, es para hacerle lugar a más de uno. A la mayor cantidad de los que puedan convivir como gente que se necesita. O que se junta para pasar la noche.


Un pensamiento aislado es algo inmóvil como un objeto —carretel, ladrillo, botón, cáscara de huevo— que sirve para algo, sí, pero no para seguir escribiendo. Sólo si se intercala con otros pensamientos es que sirve para protegerse.


Las páginas, los borradores, protegen de la vida. Que es imprevisible.

Se vive, en lo relativo al oficio de escribir, en estado de caravana. Se vive y hay que justificar esa única oportunidad. Una mujer que escriba, en Uruguay, mientras pasan los hijos, la dictadura, el desempleo, el divorcio, la destitución, la restitución, los trámites de jubilación, es seguro que estuvo sola. No acumuló experiencia porque en realidad no se supo qué venía más adelante. No hay conquista del oeste, ni cruzadas, ni éxodo, ni nada que se parezca a un dibujo previo, a la página de una cartografía impresa. Hay episodios. Son barridos por otros. Como rachas de viento. Aunque la memoria se abrace a algunos y no los suelte.


La vida vale poco, casi nada, o nada. Según. La vida de una mujer sola y con responsabilidades tiene un valor escaso y oscilante. Como la caravana cuando se la ve alejarse en una película de aventuras.


Pero yo miro de cerca y palpo siempre que puedo. Hay gente que sabe lo que hace. Alguien les enseñó los mapas. Trazan planes o los traen trazados. Conocen el rumbo. Los puntos de llegada. Me doy cuenta no porque lo digan, sino por lo contrario. Mirar de cerca permite discriminar entre ellos y yo. Medir las diferencias. Tomar en peso mis desventajas. Pasar y repasar como si se tratara de una labor de pasamanería los hilos de enlace y desenlace que unen y separan.


Tomar en cuenta, escala previsible, la vejez y sus cuentas desenhebradas. Tomar en cuenta las derrotas y sus añicos. Y los años corridos como una cinta que se arrolla alrededor del cuerpo. Tomar en cuenta los signos de escritura y labrarlos como una labor de punto. De ojo. De ojo puesto en el ajuste de los engarces y en la levedad reciente de hilos y torsiones, en sus transparencias de fondo.


Escribir como si se bordara. Interrumpiendo cada tanto. Retomando cuando se puede. Ser escritora porque no fui encajera. Porque la vida sólo hace escala en su duración. Como si recorriera, ella, una página o una puntilla.

 

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