Contratada predoctoral en Universidad de Castilla-La Mancha,
investigadora en literatura infantil y juvenil
España
Viajes… ¿A quién no le gusta un buen viaje? Reímos, descansamos, socializamos, nos emocionamos y a veces hasta nos encontramos con nosotros mismos en un viaje. Pasamos por diferentes estados emocionales que tratamos de verbalizar con palabras cuando viajamos.
Probablemente, todo desplazamiento, tránsito, intercambio o trueque sea tan antiguo como la propia humanidad, no tanto los caminos que hoy recorremos ni los conceptos con los que nos expresamos. Al parecer, todo esto hunde sus raíces en la figura del calígrafo (o al menos así lo cuenta Arianna Squilloni en su obra, El viaje del calígrafo).
Este álbum ilustrado nos retrotrae a mucho, muchísimo tiempo atrás. Aunque no contamos con referencias que nos permitan ubicar temporalmente la narración con exactitud, basta con leer la primera oración para trasladarnos a una coyuntura muy lejana:
«En un tiempo en que no existían senderos que cruzaran los valles y las montañas, en que cada aldea era una isla y cada comunidad se creía única…».
Un narrador omnisciente nos presenta al que será el personaje protagonista, el calígrafo. Es un personaje plano —apenas está esbozado, ni siquiera sabemos con certeza su nombre propio— y redondo, pues vemos que experimenta un notable cambio a medida que avanza la narración.
Al principio se nos presenta como un hombre rutinario, que reproduce una serie de acciones en su día a día, como si de un ritual se tratase: se lava con agua fría, desayuna, sale al jardín… Además, la observación diaria que realiza le ha permitido extrapolar conocimientos como los frutos propios de las temporadas primaverales y estivales, las setas del otoño o las manzanas del invierno.
Pero su intuición le hace ir un paso más allá. Sospecha que al otro lado de las montañas hay más naturaleza y niños que la habitan. El calígrafo sueña con conocer más mundo, nuevos árboles, nuevos ríos y contar historias de unos a otros. Así, pues, un buen día se arma de valor, deja atrás su escritorio y se lanza a explorar nuevos territorios.
Transcurren una semana, un mes… y va conociendo nuevos lugares, incluso llega al mar. No se queda satisfecho y sigue caminando durante años, no se sabe cuántos, y llega a conocer todos los recovecos de la tierra.
Las magníficas ilustraciones del colombiano Samuel Castaño Mesa, que combinan finos trazos y collages que alternan elementos de la naturaleza y artefactos como telas y hojas de periódico, dan sentido total a este viaje que narra el texto. Transmiten sensación de tránsito, de continuum, de diversidad.
Tras el paso del calígrafo, la gente comprende que no está sola y empieza a entablar relaciones personales, comerciales… incluso a tener poder de decisión acerca de dónde vivir. Una gran revolución, sin lugar a dudas.
El calígrafo traza los caminos del mundo y las estelas de sus andaduras se convierten en calles y carreteras. Aprende algo importante: a disfrutar del viaje, del camino recorrido, del mundo que se abre paso ante sus ojos y a la vez le abre la mente. Y su cuerpo se hace pincel y esboza las palabras que lo acompañan en su viaje.
Palabras que hoy repetimos cuando viajamos, palabras salpicadas de inquietud, de incertidumbre, de sorpresa, de esperanza y a veces de miedo. Palabras que nos indican que estamos vivos y que la vida es un viaje que merece la pena sentir.
Autora: Arianna Squilloni
Ilustrador: Samuel Castaño Mesa
Editorial: Juventud
2019
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