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Cosas que pasan en la Banda Oriental 2

Escritora y Doctora en Filosofía

Uruguay


Helena Modzelewski y Teresa Urbina

El pasado 25 de mayo vi a Teresa María Urbina por segunda vez en mi vida, pero, extrañamente, festejábamos una especie de primer aniversario de hermandad.

Nos habíamos conocido exactamente un año antes y la casualidad marcó que nos volviéramos a ver un año después, por lo que quedó sellado como un rito de aquí al futuro.


El primer encuentro también fue de casualidad. Había sido en el evento organizado por la Editorial Banda Oriental en conmemoración de los 40 años de su colección Lectores y 25 años de su concurso Narradores. Ambas estábamos ahí porque un cuento de cada una había sido integrado al libro que se publicó para esa ocasión, 25/40, porque ambas habíamos sido, en momentos diferentes, reconocidas en ese concurso.


Yo casi no voy a ese evento. De trauma, nomás. Miré los nombres de los participantes del libro y no conocía a casi nadie. Y los que me sonaban, eran hombres, ilustres algunos o mucho más jóvenes otros. Pensé que yo iba a ser una mujer insignificante entre personalidades y hipsters. Mujer, mucho mayor que la «nueva generación de escritores» (yo, que no pertenezco a ninguna, ni nueva ni vieja) y, encima, que nunca había recibido un primer premio en el concurso, sino únicamente menciones. Teresa, por ejemplo, había obtenido el primer premio en el año 2004 con su libro Círculos en el agua. Yo todavía no la conocía, pero me fijé en la biodata de todos mis compañeros de libro.


No obstante, algo me impulsó a ir. Sería el resplandeciente día otoñal, sería el sitio donde habíamos sido convocados: el Museo Zorrilla, muy tentador, por cierto.


Una vez allí, pude ver que, si bien estaban las ilustres personalidades, no había hipsters. Era toda gente macanuda, muchas mujeres, muchas de mi edad. Conversé alegremente con casi todo el mundo. Estaba Cecilia Ríos, compañera también en este sitio de escritoras, que participaba del libro conmemorativo con el cuento «La buena suerte» y que más tarde leí: breve, enigmático y contundente.


Fue casi al final del evento, cuando nos hicieron ponernos de pie en las escalinatas de la casa de Zorrilla para una foto, que alguien detrás de mí me llamó la atención porque se reía mucho. Yo cargaba con mi abrigo en mi antebrazo, ya que el solazo de aquel mediodía daba calor, y encima me entregaron un cartel con el logo de la Editorial para lucirlo en la foto. Esa persona me tocó el hombro y me dijo, con la voz alegre de un pájaro que anuncia el final de la lluvia: «Dame la campera que yo te la tengo». Era Teresa. Entre entreveros de manos ocupadas y desequilibrios en la escalera, nos desternillamos. En la foto salimos las dos con amplias sonrisas. No son poses para la foto, estábamos a las carcajadas limpias.


Después de eso, quedaríamos conectadas muy estrechamente por las redes sociales. Pero al salir del cóctel todavía no lo sabíamos. Entre las primeras cosas que hice después del evento fue leer su cuento «El mundo de adentro», en el libro en cuestión, y como Teresa me había caído tan bien, crucé los dedos para que el relato me gustara. Yo casi no tenía con quién hablar de lo que escribo y me urgía una mirada compinche para compartir esas cosas… ¿Podría ella ser esa mirada? Compinche parecía; ahora quería estar segura de que entendiera cómo escribo y por qué. Me encontré con un relato delicado, sobre un apasionado maestro rural en el interior profundo. Si yo hubiera conocido esa realidad, pensé, también la habría escrito, y ¡si pudiera! en el mismo tono de Teresa. Me invadió una felicidad inesperada; había encontrado, al fin, una cómplice.


En extensísimas charlas por audios de WhatsApp, nos hemos contado la vida entera. Las dos somos hijas de problemáticas relaciones con una María Teresa. Cada una tiene una historia diferente, pero a la par de tormentosa con una madre llamada igual. Diferentes entornos, porque una historia tuvo lugar en Montevideo y la otra en Melo. Si no fuera por ese pequeño detalle, dijimos, habríamos sido hermanas. Eso nos dio una familiaridad insólita entre dos personas que se conocen desde hace tan poco tiempo.


Cuando poco después del evento se publicó en La diaria la nota «Un libro para reunirlos a todos», sobre el 25/40, no pude evitar comentarle sobre los fragmentos de la entrevista que se le hizo a Alcides Abella, director de Banda Oriental, en los que la mencionaba a Teresa. Él hablaba de los autores a los que la editorial, a través de la historia de su premio anual, había «descubierto».


«Teresa Urbina era administrativa en la Policía de Melo. Enviaba sus cuentos a concursos de asociaciones tradicionales, cosas así. El día de la entrega del premio en Minas llegó a la ciudad en una ambulancia. Cuando sos del interior, la distancia es brutal. Ella es un caso de alguien que por vivir en el interior quedaba al margen de los circuitos literarios, de los contactos. Para un tipo del interior entrar en Montevideo es como entrar en Buenos Aires. Es un lugar ajeno, no tenés contactos, con quién hablar; quedás solito con tu librito de cuentos.»


La presentaba como alguien tan desvalido, que no pude evitar comentárselo entre risas. «¡El que lee esto va a pensar que vivís en el medio de los pajonales!» A partir de ese momento, con su humor de siempre, Teresa dice que es mi «corresponsal en los pajonales».


Un día me llegó por correo postal un paquete, que recibí con esa alegría súbita que perdimos hace tiempo al dejar de enviar y recibir cartas en papel. Era su libro Círculos en el agua y fotocopias que ella había hecho para mí de esos cuentos publicados en revistas de «asociaciones tradicionales» (una de esas revistas es Casa de la Américas, ¡pavada de asociación tradicional!, pero, bueno, para ser justas digamos que tiene toda una «tradición»). En esas páginas pude confirmar su estilo, que, divergente de su humor cotidiano, es serio, melancólico, reflexivo, siempre dejando en la garganta del lector una sensación de nostalgia, como de sueños perdidos.


Hay que decir la verdad: no rescatará gente de entre los pajonales, pero la Banda Oriental (editorial o suelo histórico querido) sabe dar lugar a mucha belleza.


 

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