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Más viejas locas que dulces abuelas

Escritora, integrante del colectivo Civiles Iletrados

Uruguay

Cuando me dispongo a escribir, me pregunto si las protagonistas estarán aún vivas.


El retrato de ambas es tan vívido que las recuerdo como personas reales. El encanto de la novela Alguien bajo los párpados, de Cristina Sánchez-Andrade (Anagrama) es múltiple: su trama, que envuelve la vida de un pueblo a inicios de la guerra civil española y la peripecia mínima de dos ancianas (muy ancianas), el estilo descacharrante de la escritura, en un arco que va de lo realista a lo bizarro, su original falta de grandilocuencia para encarar situaciones terribles y lo más acertado, si se trata de elegir: sus personajes principales.


La autora cree que la novela, como género, se define con tres palabras: pasión, paisaje y personaje, y esta obra es una buena muestra de esa creencia, con énfasis en la última pe.


Olvido y Bruna han sido amigas por más de 60 años; alguna vez fueron ama y criada. Confieso que este término me rechina, pero así está en el libro, lo que en el Río de la Plata remite al tango La casita de mis viejos, con su contradictorio diminutivo, tratándose de un hogar que tenía «sirviente con cama adentro».


Sin confesárselo (aunque Olvido parece más consciente de la fuerte y valiosa relación entre ambas, e intenta pero no logra nunca decir su cariño), sus vidas están unidas de una forma que sin una de ellas la otra, sencillamente, no podría vivir. La descripción de esa amistad profunda se da a partir de múltiples discusiones por temas pequeños y en malentendidos que se eternizan, además de hechos dolorosos compartidos décadas atrás e incidentes (por así llamarlos, para no estropear la lectura) que se dan en el camino.


Olvido y Bruna viajan en un Fusca destartalado y, además de los asuntos triviales del itinerario, hablan de su pasado, lo reviven y también lo cambian, incorporando secretos que cada una guardó por muchas décadas. Las acompañan todos aquellos con los que interactuaron, que en la lectura encontramos tan cercanos y vivos como ellas dos: la suegra despótica, el marido que duda, el cuñado que colecciona muñecas, la inquietante niña, el médico que cura la falta de secreción de leche y el escritor falangista (este sí fue real), entre otros.


El viaje, en el que se evoca el pasado público y privado de las dos mujeres, incluye policías amables, asesinatos múltiples y misterios que demoran en resolverse. Todos ellos quedan en nuestra memoria como si la novela fuese un gran desfile carnavalesco, aunque el tono jamás cae en lo paródico y combina muy bien lo trágico y el disparate.

Es admirable la forma en que la autora presenta ese panorama que daría, en sí, para varias novelas. Explora la vida familiar con sus reglas de sumisión, castigo y secretos, las paradojas de la sexualidad, de la vida social, presentes ahora y sesenta años atrás. La crueldad y el egoísmo presentes en la guerra no están ocultos ni olvidados y coexisten con otros aspectos más amables del ser humano.


Hay algo de tarantinesco en la historia del viaje, y creo que la autora vio también alguna de Kusturica, por lo que no descartemos que alguien traslade al cine las peripecias de Bruna y Olvido.


La acción es abundante, lo que da ritmo y atrapa. Las palabras arman la historia de una manera estrictamente literaria y es eso lo que conmueve. Sutilmente se ubica a favor de los desvalidos, de los perdedores; sin disculparlos por su estupidez, su hipocresía ni su mal olor o humor.


Daría para escribir horas... pero será mejor que la lean.

¡Y después, nos cuentan!


Cristina Sánchez-Andrade

Anagrama

España, 2017

 

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