Escritora, editora y correctora de estilo
Uruguay
La poeta MarÃa Adela Bonavita nació en San José, Uruguay, el 4 de noviembre de 1900.
«Dicen quienes la conocieron que su mirada era bellÃsima. Yo solo conozco la belleza de su poesÃa Ãntima y trascendente, de sus palabras insomnes y delicadas, entregadas al viento más intenso del espÃritu».
Estas son las palabras que comparto en la solapa Música de otoño, un libro de Bonavita que publiqué, en el marco de mi investigación de poetas olvidados, un trabajo de largo aliento que mantengo vivo.
MarÃa Adela, en su corta vida, publicó un poemario titulado Conciencia del canto sufriente (Peña Hnos., Montevideo, 1928).
En el prólogo, dice Pedro Leandro Ipuche:
«La poesÃa de MarÃa Adela Bonavita atesora cierta dificultad hermética que en la poetisa es un caso bravamente ganado. ¡Corona del merecimiento! Viviendo su anillado anhelo metafÃsico, maneja sÃmbolos trascendentes, visibles casi de designio; padece asaltos, desolaciones, contactos de asombro y de iluminación; impone pausas, audacias y ritornelos; mete su drama en la naturaleza y el lenguaje hasta donde alcanza… y al fin, su valentÃa se planta, erguida y jadeante, en la alucinación de los imanes de Dios».
Entre la inocencia infantil y la búsqueda mÃstica, su poesÃa baila como las hojas de otoño impulsadas por el viento. De hecho, en ella aparecen reiteradamente árboles y danza. Hay un movimiento especial en sus palabras, que, por momentos, te atraviesan como dagas.
Anoche estuve en el cielo negro.
El que mira en la sombra
pudo verme
empapada de miedo.
(«Noche trágica»)
Pero, detrás, está la luz.
De pie en el horizonte,
invisible, divina, misteriosa
la dulce diosa extiende hacia la Tierra
sus manos de silencio.
Y con lento ademán
va recogiendo suave...
suavemente...
los siete velos de la luz.
La Tierra sufre y sonrÃe
cuando le arrancan el color.
(«La tarde»)
Y en ese viaje entre luz y sombra, la presencia de Dios.
Es en vano que me busque en la sombra.
No me encuentro.
No me entiendo en la sombra.
Mi mirada se desvÃa...
Se curva...
¡Se cierra en la rueda sombrÃa de esta vida!
Y es toda mi verdad
un luminoso cÃrculo nostálgico.
¡Dolida claridad que llora en el pecado!
Que me ahuyenta la noche sin que me sepa en ella.
Y en donde gira la palabra de Dios
sin hallar el oÃdo.
(«El alma»)
Luego de su muerte, ocurrida el 9 de mayo de 1934, su hermano, Luis Pedro Bonavita, impulsó la publicación de PoesÃas (Asir, Montevideo, 1956), una recopilación de poemas de MarÃa Adela en la que ambos trabajaron arduamente.
En su prólogo, dice Luis Pedro:
«En cierta época en que vivÃamos frente a una plaza de San José, reunÃa en uno de los bancos municipales a varios niños de los alrededores y les daba clase; gratuitamente, es natural.
MarÃa Adela no era católica. Era mÃstica, creo.
Cierto dÃa un salesiano viejo conversó con ella durante toda una tarde. Era hombre pleno de una bondadosa sabidurÃa. Mas no hubo conversión.
MarÃa Adela era modesta, pero no tÃmida. Jamás se le ocurrió buscar publicidad ni vinculaciones literarias, lo que no quiere decir que fuera huraña, ni mucho menos.
La enfermedad nunca llegó a postrarla ni a desesperarla, aunque tenÃa conciencia clara del mal irremediable.
En algunos momentos la invadÃa una profunda tristeza. Lloraba silenciosamente, pero en un estado de extraña tranquilidad. Nunca tuvo un acceso de terror.
La noche antes de morir, la enfermedad hizo crisis y parecÃa que la muerte sobrevendrÃa enseguida. Reaccionó, sin embargo, y me llamó para dictarme la lista de los poemas que deseaba incluir en el libro a publicar algún dÃa.
Estaba absolutamente tranquila.
Sobre el mediodÃa del 9 de mayo, se peinó por sà misma el cabello, y vistió una bata de lana. En el rostro no se le notaban los signos mortales de aquel momento.
Poco después se hacÃa presente una nueva crisis que la abatió.
Se fue apagando lentamente.
Murió a las cinco de la tarde».
Quiero cerrar esta nota con un fragmento de «La embriaguez del olvido», ese relato poético tan simbólico que muestra una concepción de la vida que, al final, se decanta por la luz, incluso cuando finge:
«La tierra tenÃa dos rieles luminosos para el tranvÃa lento que fingÃa llevarnos. Todos sentÃamos que Ãbamos inmóviles y que la distancia no menguaba; pero sabÃamos sonreÃr y engañarnos con toda seriedad, mirando atentamente —para descender donde querÃamos— a través de la cómplice transparencia del vidrio. Y el tranvÃa fingÃa complacernos…»
Si te ha gustado este artÃculo, comenta, compártelo en tus redes o colabora con nosotras para que podamos seguir escribiendo. Recuerda que también puedes participar, si tienes un artÃculo que encaja con nuestro perfil. ¡Gracias por acompañarnos! Escritoras en Red